jueves, 17 de diciembre de 2020

LA REAL ESCLAVITUD DE NUESTRA SEÑORA DE LAS ANGUSTIAS

 

ESCLAVITUD DE LAS ANGUSTIAS


Portada del Libro de Reglas de la Esclavitud de 1703

LA ESCLAVITUD DE NUESTRA SEÑORA DE LAS ANGUSTIAS


Antonio Padial Bailón


Especialmente, dos hermandades en la iglesia de Ntra. Sra. de las Angustias se dedicaron con principal ahínco al culto y devoción a la imagen de la que sería patrona de Granada: la Real Hermandad de Penitencia de Nuestra Señora de las Angustias, la más antigua y con reglas fechadas en 1545, y la de su Real Esclavitud, con reglas fechadas en 1615, setenta años más moderna que la primera.

Fuerte competencia tuvo que mantener la Esclavitud con la Hermandad de Penitencia de Nuestra Señora de las Angustias, ambas establecidas en el mismo templo en el que había surgido una devoción impulsada por dicha hermandad de penitencia, que con sus cultos, privilegios reales, y, especialmente, con su pública y multitudinaria procesión del Jueves Santo por la tarde, había calado fuertemente en el fervor de los granadinos. Sin embargo, la apertura de la Esclavitud a territorios externos a la ciudad de Granada y a sectores de la población más populares, que tenían difícil acceso a la Hermandad de Penitencia, más elitista, hizo crecer a la Esclavitud, que llegó a contar con millares de esclavos. 

Parece ser, que el esplendor a que había llegado la hermandad de penitencia de la Virgen, y consciente de sus privilegios papales y reales, así como, de su primitiva exclusividad en dicho templo, no dejó de provocar con el clero parroquial ciertos enfrentamientos en defensa de tales privilegios, discutidos y tratados de disminuir o de anular por dicho clero, amparado por los arzobispos, que como muestra de ese apoyo se inscribieron en la Esclavitud como esclavos de la Virgen. Asimismo, la hermandad de penitencia de la Virgen contaba con gran fuerza popular conseguida por la devoción de los granadinos, y desarrollada a lo largo del siglo XVI, que se manifestaría continuamente en la presencia de aquéllos ante la imagen de la Virgen, cuya ermita tuvo que ser ampliada, sustituyéndola en 1585 por una iglesia de mayores dimensiones. A ello, habría que unir lo que sería una gran manifestación de la piedad popular, que contribuiría a aumentar la devoción a la Virgen de las Angustias, y que se desarrollaba durante la estación de penitencia de su hermandad en la tarde del Jueves Santo.

Con todas estas circunstancias expuestas, el prestigio y fuerza de la hermandad de penitencia y la devoción a la imagen a comienzos del siglo XVII sería ya muy considerable. En esta situación nace la Esclavitud y se desarrolla con el impulso del clero parroquial y el apoyo  de los arzobispos (que casi todos ellos se inscribieron como esclavos) y para que sirviera de contrapeso a la hermandad, que vendría planteando reivindicaciones sobre la propiedad del templo y de la imagen, así como, de su independencia por los privilegios reales y papales conseguidos. 

Se fundó la Esclavitud de la Virgen, aprovechando, a mi juicio, el auge de las hermandades sacramentales. Éstas, eminentemente parroquiales, eran muy del agrado de la autoridad eclesiástica y del clero, que las impulsaba y controlaba, cosa más difícil con respecto a otras hermandades, muchas de ellas en los conventos, y que solían mantener cierta independencia con respecto a dicha autoridad  eclesiástica. 

 



Las esclavitudes eran un tipo de hermandades dedicadas especialmente para exaltar y extender la devoción y adoración al Santísimo Sacramento. Aunque menos numerosas también las había para realizar esta devota misión en relación con la Virgen María, Madre de Dios y Corredentora. Veneraciones ambas que constituían el centro de la devoción católica. 

Aunque las hermandades sacramentales aparecen tras el Concilio de Trento, como parte del movimiento contrarreformista, en su forma de esclavitud lo hacen la mayoría ya iniciado el siglo XVII. No obstante, se fundarán esclavitudes marianas como asociadas a la veneración del Santísimo Sacramento, e, incluso, más modernamente aparecerán esclavitudes que venerarán a algún santo tan ligado a Jesucristo, como San José.

Con estos antecedentes se funda la Esclavitud de la imagen mariana de más devoción en Granada: Nuestra Señora de las Angustias, veneración que se verá ensalzada y aumentada por esta Esclavitud. Como se ha dicho, sus primeras reglas se le aprobaron el día 10 de noviembre de 1615 por el Provisor don Pedro de Molina, siendo arzobispo de Granada, don Pedro González de Mendoza. No obstante, en el preámbulo de las mismas se declaraba que hacía un año que se había fundado por feligreses de la parroquia de las Angustias, es decir, en 1614, y lo fue en el último día de la Pascua del Espíritu Santo (Pentecostés). Por ello, la fiesta principal la tenía en un día de esta Pascua. Por la fecha de su fundación, quizá pueda ser la primera o de las primeras hermandades de esclavitud de la Virgen que se fundaron en Andalucía.   

El fin primordial de esta congregación era "la reverencia del Santísimo Sacramento y de Nuestra Señora la Virgen de las Angustias", exigiendo al esclavo que desease apuntarse a la Esclavitud haber frecuentado los Santos Sacramentos, al menos, dos veces en las fiestas que se hacían cada mes, no exigiéndose pagar cantidad alguna para entrar en la corporación, aunque sí darían las limosnas voluntarias en la sabatina de cada semana. 

Se ordenaba como signo de respeto y veneración que cada vez que el esclavo oyera nombrar al Santísimo Sacramento y a Nuestra Señora de las Angustias, se descubriera la cabeza y saludasen con la invocación de "Alabado sea el Santísimo y la Virgen de las Angustias".

Otra finalidad y obligación de relevancia que tenían los esclavos era la extensión de la devoción a la Virgen de las Angustias, no solo en el ámbito local de la ciudad, sino también, entre los pueblos del antiguo Reino de Granada (Almería, Málaga y parte de las actuales provincias de Cádiz y Córdoba), fuera de este Reino. Gracias a los esclavos de la Virgen, que lograron ser una nómina que se contaba por varios millares, pertenecientes la mayoría de ellos a las clases sociales más populares, se extendió la devoción a la Virgen de las Angustias a partir del siglo XVII, dando culto a imágenes de la misma iconografía de Ntra. Sra. de las Angustias de Granada en multitud de localidades. 

Virgen de las Angustias de Málaga. Iglesia de los Mártires

Virgen de las Angustias de la iglesia de San Ginés de Madrid


Virgen de las Angustias de Algarrobo (Málaga)

Virgen de las Angustias de Nigüelas

Las Esclavitudes solían adoptar el emblema compuesto por una "S", consonante primera de la palabra "Servus" o siervo del idioma latino, y de "Slavus", cuando en la alta Edad Media fueron esclavizados en  varios países algunos pueblos eslavos, tanto por germanos como por bizantinos.


Heráldica de una Esclavitud. En este caso de la iglesia de San Pedro, que fue adoptado por la Hermandad de la Sentencia en su primer escudo

Por lo tanto, como se ha referido al principio, la Esclavitud era una congregación distinta de la Real Hermandad de Nuestra Señora de las Angustias, cofradía ésta unos setenta años más antigua que aquélla. Una era hermandad de penitencia con su estación penitencial en la tarde del Jueves Santo, mientras que la Esclavitud era una hermandad sacramental destinada a difundir la devoción al Santísimo Sacramento y a la imagen de Nuestra Señora de las Angustias, sin más procesión que la administración del Santo Viático al que acompañaban esclavos con luces.

La función o fiesta principal de la Esclavitud se celebraba en el tercer día de la Pascua del Espíritu Santo o Pentecostés, por lo que solía celebrase a finales de mayo o principios de junio, es decir, cincuenta tres después del Domingo de Resurrección. Ese día de la función se decía misa solemne para los esclavos por el Prefecto de la congregación, que era un sacerdote, y en ella se impartía la comunión general a los miembros, realizándose la exaltación de la Esclavitud y de la Stma. Virgen de las Angustias, para rogarle por los cautivos en poder de los infieles.

Examinando las reglas de la Esclavitud veremos que gran parte de sus normas constituyen recomendaciones más que imposiciones a los esclavos, aunque si persistían éstos en no seguirlas se derivaban en amonestaciones, llegando en determinados casos a la expulsión del incumplidor. Así, se recomendaba  a los esclavos de la Virgen que oyeran misa todos los días y, cuando pasasen delante de alguna iglesia entraran en ella para adorar al Santísimo Sacramento y venerar a alguna imagen de la Virgen, que en dicha iglesia tuviere culto, practicando actos de fe y de caridad. 

También, los esclavos procurarían rezar todas las noches siete salves a las siete Angustias y Dolores de la Virgen, haciendo examen de conciencia y con la promesa de confesarse lo más pronto que pudieran hacerlo, y, si no tuviesen tiempo, deberían rezar lo que pudiere y hacer acto de contrición.

Entre otras obligaciones devotas estaba la de asistir a las fiestas que cada mes se hicieran a la Virgen, oyendo la misa y comulgando (procurando que lo hicieran su esposa, hijos y criados). Obligación que habría de vigilar el Esclavo Menor, tomando cuenta del que faltara, y si al mes siguiente volvía a faltar, tendría que dar razón de ello al Prefecto de la Esclavitud, para que "caritativamente" lo amonestara y oyera del esclavo su disculpa y las razones de haber faltado. No obstante, si faltase tres veces sin alegar causa legítima o justa, sería expulsado de la Esclavitud.


Virgen de las Angustias de la iglesia de San Andrés

En las reglas se les prohibía llevar espadas a los cofrades de la Esclavitud en las visitas a la iglesia, fiestas y ceremonias. En aquella sociedad del siglo XVII era usual que los varones adultos, como medio de defensa, por costumbre o signo de masculinidad, llavaran por la callle en el cinto espadas o otro tipo de armas, de las que era difícil desprenderse; lo mismo que también lo era llevar descubierta la cabeza, bien con un gorro, pañuelo o con sombrero, según la clase social a la que perteneciera la persona. Eran tan numerosos los esclavos de la Virgen, que era corriente observar por las calles de la ciudad a muchos hombres sin espada.

Como la mayor parte de las hermandades de cualquier tipo, esta Esclavitud realizaba actividades de sufragio a sus difuntos. Así, en el mes de noviembre se hacía una fiesta religiosa para rogar por las almas de los esclavos y bienhechores difuntos de la Esclavitud. Tal ceremonia se celebraba en el primer día de fiesta o domingo después del Día de los Santos, precedida de vigilia y sermón antes de la misa por los difuntos. Los esclavos debían de ir, al menos doce de ellos, portando hachas encendidas desde la casa del fallecido, alumbrando detrás del cadáver. Asimismo, se realizaba esta asistencia al entierro, aunque con seis hachas, si la persona fallecida era la esposa de un esclavo, como habría de hacerse, también, si el muerto era algún hijo del mismo.

En cuanto a los órganos de dirección de la Esclavitud, estaban compuestos por el Esclavo Menor, que así se llamaba a la persona que en otras hermandades hacía la función de hermano mayor,  que cuidaba de la esclavitud y del gobierno de la misma, debiendo ser convocada, al menos, una vez al mes o cuando el Prefecto lo solicitara. Esta facultad que ostentaba era una más de las manifestaciones del control eclesiástico de la Esclavitud.  Debía de trabajar el esclavo menor por el aumento de la corporación, el impulso de la virtud de los cofrades y honrar a Jesús Sacramentado y a la Santísima Virgen de las Angustias.






Las elecciones para designar esclavo menor y demás oficiales que desarrollaran el gobierno de la Esclavitud se habrían de celebrar el tercer día de la Pascua del Espíritu Santo, es decir, el mismo día de la fiesta o función principal de la Esclavitud. Se reunían para esta elección en la iglesia de Ntra. Sra. de las Angustias, primeramente, para celebrar la Misa del Espíritu Santo o Pentecostés, oficiada por el Prefecto, y, después de ella, se procedía a la elección del esclavo menor, para lo cual se proponían cinco candidatos, entre los esclavos más capacitados, y que tuvieran menos ocupaciones para dedicarse con más ahínco a la dirección de la Esclavitud. Curiosamente, parece que el Prefecto votaba "vocalmente", lo que no dejaba de ser una influencia eclesiástica más para los votantes.

Después, se formaba una junta de oficiales o de gobierno, como la llamaríamos hoy, que se formaba con los otros cuatro candidatos, que según los votos que recibieran, ocupaban los cargos de consiliario 1º y 2º, y, los otros dos serían suplentes de los anteriores. Si alguno de ellos pasaba a ocupar el cargo de esclavo menor por ausencia o muerte de éste, en ese caso, el Prefecto ocupaba el cargo de consiliario 2º. El mandato duraba un año y estos oficiales no podrían ser reelegidos, salvo que al prefecto, al esclavo menor o a los consiliarios les pareciere que convenía a la Esclavitud su reelección.

El esclavo menor tenía en su domicilio el arca donde se depositaban las limosnas y alhajas que recibía la hermandad, procurando que el gasto en las fiestas fuese moderado; una de las tres llaves de dicha arca la tendrían los consiliarios. También, debía de guardar y hacer guardar las constituciones y cuidar de que los esclavos asistiesen a las confesiones y comuniones, para lo que serían avisados por el comisario de la fiesta. El esclavo que faltara a estas celebraciones tres veces seguidas sería amonestado de forma caritativa y, si después de dichas amonestaciones seguía en su actitud de inasistencia, se daba cuenta de ello al Prefecto. Aparte de estas funciones, el esclavo menor debía hacer mantener el silencio en la iglesia y en las celebraciones religiosas, así como, la paz entre los hermanos en sus disputas, tratando de reconciliarlos.

La organización de las fiestas y de las ceremonias de la Esclavitud estaba a cargo de los consiliarios, siguiendo las indicaciones del esclavo menor, por lo que venían a ser los consiliarios una especie de priostes o mayordomos. Asimismo, como la Esclavitud tenía concedido el beneficio de  "altar privilegiado de Ánimas", los consiliarios cuidaban de su decencia y arreglo y de que se dijeran en él todas las misas de ánimas por las de los hermanos a que estaba obligada la Esclavitud, y de no decir otra clase de misa en dicho altar privilegiado.

Dentro de la finalidad que tenía la Esclavitud de expandir la devoción al Santísimo Sacramento y a la Virgen de las Angustias, el esclavo menor, ante la petición de la parroquia o grupo de esclavos debía de nombrar dos de ellos para fundar esclavitudes (filiales) en otros lugares, y, de esta forma, propagar la devoción a la Virgen de las Angustias.




Inicio del Libro de las Reglas Reformadas de 1703


Reforma de las Reglas de la Esclavitud en 1703

La existencia de la Esclavitud de la Virgen de la Angustias no le mermó auge a su hermandad de penitencia durante el siglo XVII, sino todo lo contrario, pero sí logró extender dicha devoción por otros ámbitos fuera de la ciudad de Granada, de ahí, que consideremos que desarrolló una misión esencial para convertir la devoción a la Virgen de las Angustias en una de las más relevantes de España y de Andalucía, especialmente en los territorios del antiguo Reino de Granada. 

Pasado casi un siglo, la Esclavitud entendería que había que reformar sus Reglas para adaptarlas a las circunstancias de los nuevos tiempos, por lo que, en 1703, decide reformar sus reglas en el cabildo de 9 de septiembre de dicho año, siendo esclavo menor Francisco de Ahumada y mayordomo, Manuel de Palomares. La principal finalidad que señala esta reforma seguía siendo: dar culto y veneración al Santísimo Sacramento y a la Virgen de las Angustias, y los medios más eficaces para ello eran: frecuentar los Santos Sacramentos y el rezo del Santo Rosario, éste como una de las primicias más relevantes de estas segundas reglas. 

Eran años en los que se popularizó este rezo, así como la proliferación de hermandades de la Virgen, llamadas rosarianas, que incluían entre sus cultos el ejercicio del rosario de la Aurora. Las reglas recomendaban que el rezo del Santo Rosario se realizara "a coros", que sería, reuniéndose todas la familia y allegados, y si por enfermedad u obligaciones de trabajo no pudiera realizarse tan piadosa práctica, "se rezarán, al menos, siete salves, en referencia a los sietes cuchillos que atravesaron el corazón de la nuestra Reina y Señora en la muerte de su muy amado hijo, Nuestro Señor". 

Al socaire de la práctica de estas devociones y cultos a la Virgen, la Esclavitud los intensifica, oredenado en estas nuevas reglas que los esclavos debían de acudir a la iglesia para confesarse y comulgar en las nueve festividades de la Virgen María, en el día de San José y en el de Santa Ana. En tales días y en el de la fiesta principal se celebraría una misa cantada con las insignias de la Esclavitud y el aprisco montado. Esos cultos debieron de ser muy concurridos, pues se celebraban muchas confesiones y misas, impartidas "por los esclavos sacerdotes que hay en la Esclavitud, que son muchos" y se aconsejaba a los esclavos que trajeran otros sacerdotes, para evitarles las molestias de esperar para confesarse y con ello poder excusarse de la confesión.

También, se instauron los ejercicios espirituales para los esclavos en los domingos por la tarde y en las festividades de la Virgen y de los Apóstoles, señalándose un horario de verano (16:30) y otro de invierno (15:30). Aquellos ejercicios consistían en tener media hora de "lección espiritual" y otra media de meditación.




La costumbre de los granadinos, hoy en cierta decadencia, de pasar delante de la iglesia-basílica de la Virgen de las Angustias, entrar a visitarla y rezar a la imagen, quizá tenga su origen y propagación en un precepto de las reglas reformadas que aconsejaba, que al pasar el esclavo por la puerta de una iglesia y, principalmente, por la del templo de la Virgen de las Angustias, entrase a adorar a Jesús Sacramentado y hacer algún acto de devoción a la Virgen. Acto éste, que aún se sigue realizando, aunque no está tan generalizado como hace algunas décadas; quizá por haberse perdido la costumbre de los granadinos del paseo vespertino o matutino en los días de fiesta por la calle de Reyes Católicos y Acera del Casino, para terminar o empezar dicho paseo, visitando a la Virgen de las Angustias. Los nuevos tiempos, con otras actividades, costumbres y entretenimientos han hecho disminuir esta visita a la Virgen de las Angustias.    

La asistencia a la sabatina de todos los sábados era obligación importante de los esclavos. Ese día se celebraban dos misas rezadas ante el altar de la Virgen, en las que los esclavos habían de aportar un cuarto de real de limosna al colector para el mantenimiento de las fiestas, misas y demás obligaciones de la Esclavitud, ya que eran los principales ingresos de la misma. La falta de esta contribución durante más de cuatro meses daría lugar, si así se estimaba, a la expulsión de la misma. Ya en estas reglas no eran voluntarias las aportaciones.

La función o fiesta principal, con misa cantada y sermón, se fijó en el día de la Pascua del Espíritu Santo, por ser en el que se fundó la Esclavitud -en las primitivas reglas la fijaba en alguno de los tres días de dicha Pascua-. Parece que el fijarla en ese día festivo se hizo para facilitar, según el jesuita, Padre Hitos, la asistencia de los esclavos a dicha función. En tal solemnidad se había de aderezar la iglesia con colgaduras y otros adornos, para que "por estas señales se adivine el cariño y fervor que los esclavos tienen a su señora". Era la forma de dar a esa solemnidad religiosa, en la que se prodigaban los gastos y adornos, un carácter de ofrenda a la Virgen. 

También, se reforzaron los cultos en favor de las almas de los esclavos difuntos, disponiendo que los terceros domingos de cada mes se celebrara una misa cantada con diáconos ante el altar de la Virgen. Y se mantenía la obligación de asistir a los entierros de los esclavos con seis hachas encendidas (las primitivas reglas las fijaban en doce), acompañando al cadáver desde su domicilio hasta la iglesia donde se le diera sepultura. En ello, se incluían los casos de fallecimiento de las esclavas, reconociéndose en estas reglas la admisión de mujeres en la Esclavitud, así como, en las tres misas que se decían por sus almas ante el altar de la Virgen, que, como se ha dicho, tenía el privilegio de ánimas.

Cada vez que falleciera un miembro de la Esclavitud, todos los esclavos y esclavas habrían de rezar, al menos, una parte del Rosario. Asimismo, en el domingo o festivo inmediato al óbito, se aplicarían al alma del esclavo difunto los ejercicios espirituales que en la iglesia se realizaban ese dia, dedicándose todas las misas del año en sufragio de las almas de los esclavos y esclavas pobres que hubieren fallecido. La importancia que la fe de las personas de aquellos siglos daba a las misas y demás sufragios por la salvación de sus almas era de primordial. Estas misas se las podían proporcionar las personas nobles o adineradas, mediante la fundación de patronatos capellanías, legados...etc., que las solían encargar a perpetuidad, mediante testamentos y legados, pero el pueblo, en general, carecía de medios económicos para asegurarse la salvación de su alma y su salida del Purgatorio. Siendo conscientes muchas hermandades, como ésta, de esa preocupación esencial de sus cofrades, establecían, y en este caso con generosidad, misas de ánimas por sus esclavos difuntos carentes de medios económicos.



Para estas obligaciones y otras del culto a la Virgen, la Esclavitud recordaba a los esclavos en estas reglas, que debían sufragar estos costos con su limosna en las sabatinas de los sábados, además de dejar mandas en sus testamentos para pagar la cera para alumbrar al Santísimo Sacramento en las ocasiones en que estaba de manifiesto. Éste estaba de manifiesto todas las tardes de los domingos y días festivos del año, en que se celebraban los ejercicios espirituales, en cuya adoración siempre debían de estar presentes el esclavo menor y el mayordomo. 

También, esta reforma aborda el tema de la dirección de la Esclavitud, que siguió siendo regida por el esclavo menor, pero se establece la figura del mayordomo, como responsable de la economía y cultos de la Esclavitud, cargo muy común en el resto de las hermandades de esos siglos. Estos cargos eran elegidos el domingo de la Santísima Trinidad de cada año, separando las elecciones del día de la función de Pentecostés, reuniéndose en la iglesia el cabildo para la elección, en el que se leían las constituciones para su conocimiento de los cofrades. La elección se hacía entre dos candidatos, que presentaba el esclavo menor para este cargo, y otros dos presentados por el mayordomo para ocupar su puesto. Los salientes en el cargo tenían que rendir  cuentas de sus mandatos, mandándose hacer un inventario de bienes y alhajas, de lo que daba fe el secretario de la Esclavitud.

Cada año, asimismo, el esclavo menor y mayordomo habían de cuidar de que se pusieran en las puertas de los domicilios de los esclavos el escudo de la Esclavitud de la Virgen, para renovar y proclamar la presencia de la devoción por toda la ciudad, repartiendo estampas de la Virgen de las Angustias entre los esclavos y los demás ciudadanos para propagar la devoción a la imagen.

Esta reforma de las constituciones de la Esclavitud fueron presentadas al Arzobispo don Martín de Ascargorta, que las aprobó el 9 de septiembre de 1703, concediendo 40 días de indulgencia a todos los que asistieran a los ejercicios espirituales y al Santo Rosario de las tardes de los domingos y días festivos.

Expo. Casa de los Tiros

En una visita que realizó a Granada en 1730 el rey Felipe V y su familia se hicieron esclavos de esta corporación, "(...) pues se recibió y escribió de mano propia S.M. por esclavo de Nuestra Señora de las Angustias de Granada e igualmente la reina su esposa, la reina viuda (de su hijo Luis I), los Infantes, ministros y prelados que acompañaban al Rey en la visita, todo lo cual constaban en el libro de recibimiento de esclavos". Desde ese momento de 1730 la congregación tenía el título de Real Esclavitud.

Fricciones con la Real Hermandad de la Virgen

No estuvieron exentas de fricciones las relaciones entre la Real Hermandad de la Virgen y su Real Esclavitud. Era algo normal entre dos corporaciones establecidas en la misma  iglesia y con la misma imagen a la que venerar. Así, en 1730, la Esclavitud soló la iglesia con losas de mármol blanco y negro, a lo que se opuso la Hermandad de la Virgen por entender que ella era propietaria del templo. No aceptando la Esclavitud esta negativa, se incoó un pleito entre ambas hermandades, que fue resuelto a favor de la Esclavitud, por una Real Cédula de 25 de septiembre de dicho año ( no olvidemos que el Rey era esclavo de la Virgen), que mandaba que no se impidiese por la Hermandad de las Angustias el solado del templo, que estaba realizando la Esclavitud, y dicho solado se pudo concluir en 1731.

También, unos años después, en 1742, la Esclavitud  se opuso al  desmontaje y traslado del antiguo retablo de madera del altar de la Virgen -que sería llevado a la iglesia de Santa María de la Alhambra-. La esclavitud alegaba que la Virgen se quedaría expuesta a los fieles sin el decoro que le daba el antiguo retablo, porque el nuevo de mármoles o jaspes aún no se había montado, al no estar su labrado aún concluido y tardaría mucho tiempo en estarlo por lo costoso y laborioso que resultaba. Pero el principal argumento para su oposición estaba en que la cimentación sobre la que se iba a instalar el nuevo retablo era antigua y no suficientemente segura para sostener el gran peso que suponían sus dimensiones y el mármol o jaspes del que se estaba realizando (su traza la realizó Marcos Fdez. Raya, finalizada por José de Bada). Para apoyar su alegación la Esclavitud pidió varios informes de técnicos, como al cantero Salvador de León y al arquitecto Juan García Berruguilla, que informaron de la endeblez de los cimientos para obra de tal envergadura y del mucho gasto que se había realizado en lo labrado en mármoles hasta ese momento, para que la falta de cimentación tirara por la borda tan considerable esfuerzo.


El nuevo retablo de jaspes

Entendemos que estos inconvenientes que alegó la Esclavitud para la colocación del extraordinario retablo de jaspes y su oposición al despojo del antiguo, sirvieron para reconsiderar la costosa, aunque bella obra, y buscar soluciones de cimentación más idóneas. Finalmente, el retablo se realizó y su terminación no se produjo hasta 1760, treinta y dos años después de haberse comenzado. Dichos inconvenientes planteados por la Esclavitud y sus técnicos, pudieron suponer la supresión de los mármoles del segundo cuerpo del retablo, que se labró en madera policromada, que suponía un menor peso y no resta, en absoluto, belleza a la obra, aunque sí presenta un extraño contraste.

Cuatro años después, en 1746, vuelven las fricciones entre ambas hermandades. En esta ocasión el motivo fue, que las limosnas que recogía la Esclavitud suponían una perjudicial competencia para la Real Hermandad de la Virgen. Además, acusaba a la Esclavitud de impedir la sepultura en el cementerio de la iglesia de los que fallecían en el hospital de la Virgen y haber hecho desenterrar el cadáver de Juan Lizana, que se había enterrado en la bóveda de la Hermandad de la Virgen. Juan de Lizana era un gran devoto de la imagen de las Angustias y miembro de la Esclavitud, que había empleado su considerable fortuna en contribuir a la realización del camarín de la Virgen. Probablemente, la Hermandad de Penitencia, en gratitud, habría permitido que fuera enterrado en su bóveda, no gustando, tal vez, a la Esclavitud este gesto, por ser Juan Lizana miembro de ésta última. 

En el caso de las limosnas, fue la Hermandad la que interpuso la queja ante la Real Cámara, que pareció no estar muy informada, pues tacha a la Esclavitud de congregación nueva y le prohíbe pedir limosnas, que eran exclusividad de la Hermandad de la Virgen, afirmando que contravenía con ello las bulas apostólicas. La Esclavitud se defiendió, protestando de no ser hermandad nueva y negando la exhumación del cadáver de Juan de Lizana. Afirmaba que era la Hermandad de la Virgen la que los exhumaba los cadáveres, porque no desea tener su bóveda llena de huesos (quizá por estar repleta), ya que "(...) no quieren dejar los huesos y acusan a otros de los delitos que ellos cometen". Alegaba, asimismo, la Esclavitud que desarrollaba una gran actividad de cultos y ejercicios en devoción a la imagen, haciendo una extensa enumeración de los mismos,  y que realizaba gastos cuantiosos para incrementar tal devoción con estampas, patentes y más de 3.000 escudos de la Esclavitud, que había colocado en las puertas de las casas de los esclavos.

Con el alegato de defensa de la Real Escalvitud en este pleito nos demos enterar de algunas aportaciones que había realizado para el mayor esplendor del templo. Así, afirmaba: que el jardín, que estaba junto a la iglesia, lo cuidaba y regaba con agua propia; que en el año 1712 enlució la iglesia con yesos y cal; que entre 1713 y 1716 hizo las repisas y conchas de la nave principal, donde se colocaron las imágenes de Jesús y Maria y los doce Apóstoles, que realizara el escultor Duque Cornejo; que en 1718 hizo un terno carmesí bordado en plata y oro más otros elementos de culto; que, de 1719 a 1724, realizó los dos retablos laterales al presbiterio (el del Nazareno y de San José) y otros cuatro retablos para las distintas capillas; que en 1736 y 1739 hizo el arreglo de los dos capiteles de las torres de la iglesia; que, en 1742, mandó realizar el sagrario del altar mayor en talla dorada; que ayudó con 600 reales a la obra del camarín de la Virgen (más la aportación importante del esclavo Juan de Lizana), y que, finalmente, mandó la Esclavitud hacer las rejas de las ocho capillas de la iglesia, de las que, en 1746, había terminadas y puestas las de San José y Santa Lucía. Además, cada año, empleaba el sobrante de su presupuesto en obras de la iglesia y en alguna alhaja para la Virgen.  A ello, habría que añadir la construcción de lo que hoy es sacristía del templo.


Parte del Apostolado de Duque Cornejo


La esclavitud no contaba con enterramiento en la iglesia para los esclavos, ni capilla propia en dicho templo, sirviéndose para los cultos del altar de la Virgen de las Angustias, del que había conseguido que tuviera el carácter de "privilegiado de ánimas". También, había conseguido ser incorporada a la romana Basílica de San Juan  de Letrán, para obtener las cuantiosas indulgencias que dicha Basílica tiene concedidas por el Papa, por ser la sede episcopal de Roma.  

He rastreado datos de la existencia de la Esclavitud de la Virgen de las Angustias hasta 1798. Parece que en ese final de siglo ya acarreaba una fuerte decadencia, según el jesuita Padre Hitos, pero aún llegó su permanencia, al menos, hasta los años de la Guerra de la Independencia (1808-1814). 

La Esclavitud de las Angustias constituyó un verdadero revulsivo en la devoción a la imagen y nos da una idea de ello el propio libro de anotación de difuntos, que parece pudo consultar, aunque no completo, dicho jesuita. De sus datos se pueden deducir las dimensiones de la corporación de esclavos, que parece que llegó a su cima a mediados del siglo XVIII. Es esos años, el número de cofrades fallecidos era de una media anual de más de 200, superando los 500 en esa medianía de siglo, para bajar a partir de ahí a 140 en 1798. Una comunidad que presentara tales cifras de fallecidos anuales, aún considerando la elevada mortalidad de esa época, debía de contar con bastantes miles de afiliados.

Parece que la Real Esclavitud fue absorvida por la Real Hermandad de la Virgen, pues en 1849, ésta reclama como suyos el Apostolado que realizó Pedro Duque Cornejo, así como, el sagrario del altar mayor, y todo lo que había realizado la Esclavitud en exaltación y devoción a Nuestra Señora de las Angustias, su patrona, y Patrona de Granada.    


Según he oído contar a mis mayores, en las obras diversas que se han realizado en el patio lateral de la Basílica, en el que preside su portada el Patrón San Cecilio, muchos restos mortales se han descubierto con las medallas de esclavos de la Virgen de las Angustias. La Esclavitud, sin tener bóveda de enterramiento dentro del templo, conseguiría de la parroquia que esclavos de la Virgen se enterraran en ese recinto, y así reposar eternamente cerca de Ella. En dicho patio recibe devoción un Crucificado de piedra blanca, que tiene como capilla la portada lateral del templo que da a dicho patio, jardín y cementerio. Fue adquirido en 1921 y lo restauró Navas Parejo, aunque la imagen procede del cementerio y parece ser del siglo XVIII.


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Fuente principal de este trabajo: varios legajos del Archivo Histórico Diocesano de Granada.



lunes, 2 de marzo de 2020

TUMULTOS DECIMONÓNICOS EN LA PROCESIÓN DEL VIERNES SANTO DE GRANADA











 TAMBIÉN GRANADA TUVO SU “TUMULTO” EN SEMANA SANTA

Ocurrió hace más de cien años. Corría el año 1892. La mañana del Viernes Santo de ese año había amanecido lluviosa, pero nada más comenzar la tarde los rayos del sol, como tantas veces ocurre en la Semana Santa, hicieron su aparición espléndidos, empezándose a respirar por todos los ámbitos de la ciudad una atmósfera límpida y primaveral.


Los granadinos privados de la procesión del Santo Entierro en los cuatro o cinco últimos años se lanzaron a la calle ávidos de contemplar la comitiva entre una abigarrada multitud que abarrotaba calles y plazas del centro de la ciudad. En Plaza Nueva, “a la hora en que según la tradición el cuerpo de Jesús fue conducido al sepulcro”, se abrieron las puertas de San Gil (Santa Ana) para dar paso a la procesión del Santo Entierro, percibiéndose el brillo de los hachones de los nazarenos y el olor a incienso. En los balcones de las casas del recorrido no cabía un alfiler. Muchos de ellos estaban repletos de hermosas mujeres que lucían la clásica mantilla española.


Como de costumbre, del convento jerónimo de Santa Paula había salido la Soledad, cuya comitiva, como era tradicional, debía de incorporarse a la del Santo Entierro en la Plaza Nueva. Después de haber pasado por la Catedral, cuando la procesión del Viernes Santo regresaba a Santa Ana con el paso del Sepulcro, y ya, en Plaza Nueva, a punto de encerrarse. Y mientras el de la Soledad iba por la calle de Mesones, se formó en Puerta Real, a la altura de la confitería de “Talero Hermanos”, un remolino de gentes aterrorizadas delante del paso de San Juan, que sin saber por qué razón, huían despavoridas en alocadas carreras. La centuria romana, que iba cerca del paso del Evangelista, quedaría confundida entre la muchedumbre. Las amplias y oscuras colas de los nazarenos eran pisoteadas y rodaban por los suelos las bandejas de metal cincelado, portadas por rubios niños vestidos con túnicas moradas con los atributos de la Pasión sobre bellos bordados.

Veamos la descripción que sobre el suceso realiza el periódico “El Defensor de Granada” en su número del Sábado Santo de ese año de 1892. 

“Ayer, en la procesión del Santo Entierro, cuando el paso de San Juan estaba en la Puerta Real frente a la confitería de Talero Hermanos, se formó un remolino de gente y cundiendo el pánico empezó a huir sin saber por qué. Hubo personas atropelladas, sincopes y desmayos. Y las gentes atrancaban las puertas de las casas como si fuera una revolución. El barullo fue de dos comadres que se enzarzaron por los pelos. Otros dicen que fue una “rata” que quería robar el reloj de un caballero. Los remolinos deslucieron un poco la procesión cortándola en dos secciones que quedaron distantes entre sí hasta el punto que la segunda llegó a la Plaza Nueva a los 20 minutos de haber entrado la primera en Santa AnaCon los empujones, los horquilleros de San Juan flaquearon y si no se cayó como algunos dijeron estuvo a punto de hacerlo”.

Como vemos, este tumulto tiene todas las características del producido en los pasados días de la Semana Santa, en la “Madrugá” del Viernes Santo sevillano. En éste, como en el granadino de finales del siglo pasado, la multitud no tenía conocimiento de los motivos por los que se producía el pánico y la desbandada, que era atribuida a causas muy distintas, concretamente en el de 1892 a dos: la actuación de “una rata” (ratero, ladrón) o a la trifulca armada por dos comadres que se tiraron de los pelos. Hubo atropellos y desmayos, probablemente heridos, como ocurrió en Sevilla. También la procesión se deshizo, cortándola y haciendo peligrar el paso de San Juan, que era llevado en unas andas por los estudiantes del Colegio Mayor Santiago, y que seguía al de la Vera Cruz, llevado por colegiales del Sacromonte y del Sepulcro.

Al final, se hizo la calma y la procesión siguió hacia Plaza Nueva, desde donde la Hermandad de la Soledad continuó por la calle Elvira, donde la gente se oprimía en apretada "bulla" esperando ver a la bella imagen, y donde, como dice el periódico referenciado, “(…) sonó el postrer tañido de la trompeta de la Chía y en la calle el eco se repitió con las estrofas de la lamentación de una saeta”.

No fue, éste de 1892, el único tumulto, unos años más tarde, en el Viernes Santo de 1895, se repitió, aunque en menor medida que el de 1892. En esta ocasión si se sabía la causa. Era tal la muchedumbre que se había concentrado en Reyes Católicos y en Plaza Nueva que impedía el paso de la comitiva de la Soledad hacia la Calle de Elvira, por donde regresaba a Santa Paula. Ante esta dificultad, al capitán que mandaba la caballería no se le ocurrió otra cosa que ordenar calar bayonetas para despejar la calle. Inmediatamente se produjo el consiguiente tumulto con carreras de las gentes y desmayos de las señoras.

Así describe el evento el periódico de la época “El Manicomio”: (Hoy Reyes Católicos en el tramo de plaza Nueva) el capitán de la tropa de acompañamiento ordenó que calaran bayonetas abriéndose la caballería en ala para contener a las turbas. Sustos, carreras y desmayos. La causa de todo fue una fatal organización de la procesión que al llegar a la Plaza Nueva, debía de dividirse siguiendo el Sepulcro a San Gil y continuar la Soledad a la Iglesia de Santa Paula”.

Antonio Padial Bailón



NOTA. PUBLICADO EN REVISTA "GÓLGOTA" Nº 14, JUNIO 2000. GRANADA.