Ocurrió hace más de cien años. Corría el año 1892. La mañana del Viernes Santo de ese año había amanecido lluviosa, pero nada más comenzar la tarde los rayos del sol, como tantas veces ocurre en la Semana Santa, hicieron su aparición espléndidos, empezándose a respirar por todos los ámbitos de la ciudad una atmósfera límpida y primaveral.
Los granadinos privados de la procesión del Santo Entierro en los cuatro o cinco últimos años se lanzaron a la calle ávidos de contemplar la comitiva entre una abigarrada multitud que abarrotaba calles y plazas del centro de la ciudad. En Plaza Nueva, “a la hora en que según la tradición el cuerpo de Jesús fue conducido al sepulcro”, se abrieron las puertas de San Gil (Santa Ana) para dar paso a la procesión del Santo Entierro, percibiéndose el brillo de los hachones de los nazarenos y el olor a incienso. En los balcones de las casas del recorrido no cabía un alfiler. Muchos de ellos estaban repletos de hermosas mujeres que lucían la clásica mantilla española.
Como de
costumbre, del convento jerónimo de Santa Paula había salido la Soledad, cuya
comitiva, como era tradicional, debía de incorporarse a la del Santo Entierro
en la Plaza Nueva. Después de haber pasado por la Catedral, cuando la procesión
del Viernes Santo regresaba a Santa Ana con el paso del Sepulcro, y ya, en Plaza
Nueva, a punto de encerrarse. Y mientras el de la Soledad iba por la calle de Mesones, se
formó en Puerta Real, a la altura de la confitería de “Talero Hermanos”, un
remolino de gentes aterrorizadas delante del paso de San Juan, que sin saber
por qué razón, huían despavoridas en alocadas carreras. La centuria romana, que
iba cerca del paso del Evangelista, quedaría confundida entre la muchedumbre.
Las amplias y oscuras colas de los nazarenos eran pisoteadas y rodaban por los
suelos las bandejas de metal cincelado, portadas por rubios niños vestidos con
túnicas moradas con los atributos de la Pasión sobre bellos bordados.
Veamos la
descripción que sobre el suceso realiza el periódico “El Defensor de Granada” en su número del Sábado Santo de ese año de 1892.
“Ayer, en la procesión del Santo Entierro, cuando el paso de San Juan estaba en la Puerta Real frente a la confitería de
Talero Hermanos, se formó un remolino de gente y cundiendo el pánico empezó a
huir sin saber por qué. Hubo personas atropelladas, sincopes y desmayos. Y las
gentes atrancaban las puertas de las casas como si fuera una revolución. El
barullo fue de dos comadres que se enzarzaron por los pelos. Otros dicen que
fue una “rata” que quería robar el reloj de un caballero. Los remolinos
deslucieron un poco la procesión cortándola en dos secciones que quedaron
distantes entre sí hasta el punto que la segunda llegó a la Plaza Nueva a los
20 minutos de haber entrado la primera en Santa Ana. Con los empujones, los horquilleros de San Juan flaquearon y si no se cayó como algunos dijeron estuvo a punto de hacerlo”.
Como vemos, este tumulto tiene todas las características del producido en los pasados días de la Semana Santa, en la “Madrugá” del Viernes Santo sevillano. En éste, como en el granadino de finales del siglo pasado, la multitud no tenía conocimiento de los motivos por los que se producía el pánico y la desbandada, que era atribuida a causas muy distintas, concretamente en el de 1892 a dos: la actuación de “una rata” (ratero, ladrón) o a la trifulca armada por dos comadres que se tiraron de los pelos. Hubo atropellos y desmayos, probablemente heridos, como ocurrió en Sevilla. También la procesión se deshizo, cortándola y haciendo peligrar el paso de San Juan, que era llevado en unas andas por los estudiantes del Colegio Mayor Santiago, y que seguía al de la Vera Cruz, llevado por colegiales del Sacromonte y del Sepulcro.
Al final, se hizo la calma y la procesión siguió hacia Plaza Nueva, desde
donde la Hermandad de la Soledad continuó por la calle Elvira, donde la gente
se oprimía en apretada "bulla" esperando ver a la bella imagen, y donde, como dice
el periódico referenciado, “(…) sonó
el postrer tañido de la trompeta de la Chía y en la calle el eco se repitió con
las estrofas de la lamentación de una saeta”.
No fue, éste de 1892, el único tumulto, unos años más tarde, en el Viernes
Santo de 1895, se repitió, aunque en menor medida que el de 1892. En esta
ocasión si se sabía la causa. Era tal la muchedumbre que se había concentrado
en Reyes Católicos y en Plaza Nueva que impedía el paso de la
comitiva de la Soledad hacia la Calle de Elvira, por donde regresaba a Santa Paula.
Ante esta dificultad, al capitán que mandaba la caballería no se le ocurrió
otra cosa que ordenar calar bayonetas para despejar la calle. Inmediatamente se
produjo el consiguiente tumulto con carreras de las gentes y desmayos de las
señoras.
Así describe el evento el periódico de la época “El Manicomio”: (Hoy Reyes
Católicos en el tramo de plaza Nueva) el capitán de la tropa de
acompañamiento ordenó que calaran bayonetas abriéndose la caballería en ala
para contener a las turbas. Sustos, carreras y desmayos. La causa de todo fue
una fatal organización de la procesión que al llegar a la Plaza Nueva, debía de
dividirse siguiendo el Sepulcro a San Gil y continuar la Soledad a la Iglesia
de Santa Paula”.
Antonio Padial Bailón
NOTA. PUBLICADO EN REVISTA "GÓLGOTA" Nº 14, JUNIO 2000. GRANADA.
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